martes, 9 de febrero de 2016

Cultivar estados de ánimo positivos




“Quienes dejan de fijarse en el polvo que la criada no ha limpiado, en las patatas que la cocinera no ha cocinado, o en el hollín que le deshollinador no ha deshollinado... notarán que la vida es mucho más agradable que cuando se sentían constantemente preocupados o irritados por estas cosas.”

BERTRAND RUSSELL,
La conquista de la felicidad, 1930

En los últimos cincuenta años, gracias al mejor conocimiento que tenemos sobre el funcionamiento del cerebro y los procesos que regulan la toma de decisiones de las personas, se ha llegado a la conclusión de que los sentimientos desempeñan un papel fundamental en la forma de pensar y de interpretar el mundo. Determinados centros cerebrales –por ejemplo, el hipotálamo y la amígdala-, que están encargados de elaborar y modular las emociones, estimulan a su vez las neuronas especializadas en razonar. Como resultado, existe una coherencia entre lo que sentimos y lo que pensamos.

Quienes logran mantener en general un estado de ánimo moderadamente alegre tiene altas probabilidades de tener una disposición optimista. Está demostrado que un estado de ánimo positivo estimula recuerdos placenteros y bloquea las memorias desagradables. Por el contrario, las personas que se sienten tristes tienden a evocar preferentemente experiencias negativas y a olvidar las positivas. En cuanto a la visión del futuro, los individuos alegres se inclinan a predecir hechos favorables y a considerar que serán beneficiados por ellos, mientras que las personas desalentadas tiene una alta propensión a augurar infortunios y a anticipar que serán víctimas de ellos. Esto ocurre incluso en individuos a quienes se induce artificialmente a sentirse alegres o tristes antes de preguntarles su opinión sobre el futuro.

Es evidente que no tenemos control sobre la miríada de factores que influyen en nuestro estado de ánimo; desde el equipaje genético hasta la personalidad, pasando por la salud física y mental, las condiciones del medio o los sucesos inesperados que nos afectan. Pero no es menos cierto que podemos alimentar nuestras emociones positivas y programar situaciones que las favorezcan.

El filósofo español José Antonio Marina no hace mucho me corroboró en persona el optimismo que emana de su obra. En su interesante ensayo “El laberinto sentimental”, Marina sugiere que para reformar nuestra personalidad afectiva, con el fin de distrutar más de la vida, es necesario añadir sentimientos esperanzadores que, sin menoscabar la razón y la prudencia, permitan “hacer del náufrago un navegante”.

Lo que voy a sugerir a continuación es bastante obvio, pero lo hago porque al igual que Paul Watzlawick nos advierte en la cita del principio, yo también sé por experiencia que las ideas más sencillas y útiles a menudo se nos escapan en la vorágine cotidiana, y cuando las evocamos con intención de llevarlas a cabo nos damos cuenta de que no son nada fáciles de practicar. Cualquier trabajo que realicemos para cultivar emociones positivas implica identificar y fomentar las situaciones bajo nuestro control que nos producen sentimientos de satisfacción, y tratar de eliminar, o al menos reducir, aquellos que nos entristecen. En este sentido, la evidencia acumulada apunta consistentemente a los beneficios de concentrar nuestros esfuerzos en ciertas áreas bastante universales, empezando por las relaciones con otras personas.

Numerosas investigaciones respaldan la noción de que los individuos emparejados o que forman parte de un hogar familiar, de un círculo de amistades o de un grupo solidario con el que se identifican, se consideran más satisfechos emocionalmente que quienes viven solos, aislados o carecen de una red social de apoyo emocional. Intercambian emociones y pensamientos, dar y recibir afecto, y aceptar y ser aceptados por los demás son actividades que estimulan estado de ánimo positivos. 

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